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Me convertí en Down Mommy

Entre las dudas y los miedos Marcela se convirtió en Down Mommy. Conoce la historia de cómo se enteró y cómo cambió su vida para siempre.

¡Su hijo tiene Síndrome de Down! Exclamó tan fríamente como si no hubiese pensado en mi reacción, como si no hubiese pensado en mi corazón. En un estado de shock logró llorar mi alma, fue el dolor más extraño que he podido percibir, un volcán de preguntas estalló en mi mente y sin hablar me marché.

Mi madre con su aspecto pálido, impactada igual que yo, me preguntó: ¿quieres regresar? Y sí, no sé de dónde salió ese coraje que jamás me había caracterizado, pero fue en el momento más cumbre de mi vida.

Temblando del miedo, en mi ignorancia o ingenuidad, pregunté: ¿qué es?, ¿por qué?, ¿tiene cura? Fueron innumerables las preguntas que le hice a él, un genetista que finalmente resultó siendo mi guía en este proceso.

En mi mente las preguntas continuaban: ¿cómo le iba a decir a su padre?, ¿lo rechazaría?, ¿y mi familia?, ¿la sociedad? Quería llorar, gritar, tenía miedo, rabia. No sabía qué hacer, tenía una laguna mental que se extendió por 3 largos y exhaustos meses, estaba viviendo mi duelo.

Antes de descubrir que mi vida era su vida, que el amor es, y será por siempre, el concepto universal entre seres de diversas maneras y condiciones, que las personas van mezclándose en las páginas de las historias de otras, y que esto sirve para compartir, enseñar y protagonizar un guión, después de comprender y saber que en mí nació una Down Mommy, decidí entregarme plena y absolutamente a él. 

Soy una Down Mommy y ¡soy feliz!

Mi proceso de aceptación me llevó a buscar un propósito, y así comencé a luchar por sus derechos y deberes, no solo por él, sino por la igualdad de todos. Quería mejorar la arquitectura de nuestras almas y comprender que el Síndrome de Down es una condición tan natural como ser negro, blanco, rubio, etc.

Su padre, el polo a tierra de esta historia, dice que Juanes, nuestro hijo, tiene “un cromosoma extra de felicidad”. La familia, a pesar de sus dudas e inquietudes, ha logrado comprender este mundo nuevo para ellos, nuevo para mí, nuevo para todos. Sin embargo, la sociedad fue cruel, muy cruel, o al menos así lo vieron mis ojos en muchas ocasiones. Vimos sus miradas, sus cuchicheos e incluso la desigualdad escolar que nos tocó vivir, ¿lo bueno? Estoy en paz.

Un día lloramos...y lloramos mucho. A partir de ese momento han pasado algunos años, hoy que lo conocemos, podemos decir que transformó nuestras vidas y damos gracias por hacer de algo que en algún momento creímos imperfecto, algo tan perfecto en nosotros.

Doy gracias a Juanes por enseñarnos a ver con los ojos del alma, a ser tan fuertes como solo él sabe serlo, tan dulce en las circunstancias más amargas, comunicando todo desde el amor, enseñándonos que cada día tiene su afán, y lo más importante...a descubrir mi don como mamá, el don más importante en mi camino.

El camino es largo, pero como siempre me repite su papá, el equipaje no pesa si lo que se carga es amor. Creo firmemente que en todas las etapas del ser humano debe haber dignidad, y tener un hijo es asumir la responsabilidad más grande, la alegría absoluta que nos da la naturaleza.

Entonces, si tú que me lees tienes un hijo down o no, da gracias por él, porque en tu vientre no solo creció o crece un ser, crece el fruto del amor, la razón de tu existencia. Crece una vida que respira y se alimenta de la dulce miel de tus entrañas hasta el momento en que la brisa roce su tierno cuerpecito y se produzca el milagro de vida.

Juanes representa el principio de todo en mi vida, la maravilla del presente y la esperanza del futuro, sus rasgos físicos no deben más importantes que sus emociones y sus valores.

Sí, está bien vivir un duelo, sí, está bien llorar, sí, está bien tener miedo, ¡lo que NO está bien es que te quedes solo allí, trascender es la clave! Mi hijo es la decisión más valiosa, acepté que tengo a mi corazón vagando fuera de mi cuerpo, y ese sentimiento me permite superar cualquier adversidad. Juanes era la caricia que necesitaba mi alma.

Marcela Castro Gaviria

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